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23 oct 2010

Un Motivo de Divorcio

Para mi fue gracioso encontrarme con este relato, porque es una parodía para los físicos, y como soy una recién estrenada física, me gustaría compartirlo... Creo que ya mi en unos años.. xD Es una adaptación libre y resumida sobre un texto de Sílvia Bravo. La autora es doctora en física en el Departamento de Física Espacial del Instituto de Geofísica, UNAM, México.



Un motivo de divorcio


- Señor Juez, vengo a suplicarle que me divorcie inmediatamente de mi marido
porque me está volviendo loca. Él es físico, ¿sabe usted?, y al principio yo estaba muy orgullosa de ello porque es un buen físico y ama su profesión. Fuimos novios como un año y durante ese tiempo todo estuvo muy bien; él era cariñoso, tierno y comprensivo y parecía disfrutar de la vida de la misma manera sencilla como yo lo hago. Pero en cuanto nos casamos, hace un mes, algo cambió.

El siguió siendo cariñoso y tierno y comprensivo, pero en cuanto me convertí en su esposa, decidió empezar a compartir conmigo su gran sabiduría, y mi cerebro no está preparado para eso. Todo empezó en la primera noche de nuestra luna de miel. Habíamos elegido un hermoso lugar en la playa donde disfrutar de la paz y la belleza de la naturaleza y esa noche salimos a caminar a la orilla del mar. El cielo estaba tachonado de estrellas y yo, naturalmente romántica, me recliné sobre su hombro y suspiré:

- ¡Qué hermosas están las estrellas esta noche!

Y ahí empezó todo. Él, acariciándome dulcemente mis cabellos, me dijo:

- Esa afirmación no tiene sentido. A la luz le toma cierto tiempo viajar desde las estrellas hasta nosotros, las imágenes que estábamos viendo de ellas no correspondían a esa noche sino a mucho tiempo atrás. Además, como no todas las estrellas están a la misma distancia, tampoco todas las imágenes corresponden a la misma época. Algunas estrellas, las más cercanas, las vemos como lucían hace algunos años, pero otras nos muestras imágenes más antiguas que pueden llegar a ser de hace varios miles de millones de años. De manera que no hay modo de saber cómo están las estrellas una cierta noche.

Reconozco que esta primera píldora de sabiduría no me molestó. Yo ya sabía que no todas las estrellas están a la misma distancia y que la luz viaja con una cierta velocidad en el vacío. Pero nunca me había puesto a pensar que esto implica que la luz que recibimos ahora de las estrellas más lejanas debió de haber salido mucho antes que la luz que estamos recibiendo desde las estrellas más cercanas y, que por lo tanto, las estrellas que vemos en el cielo cada noche corresponden en realidad a muy distintas épocas. Algunas de ellas a lo mejor ya ni existen y otras nuevas, pero muy lejanas, todavía no podemos saber que están ahí. El asunto me pareció interesante después de todo, aunque, por supuesto, me cuidé mucho de volver a mencionar a las estrellas durante el resto del viaje.

Ya instalados en nuestro departamento, me sentía la mujer más feliz de la Tierra.
Una noche, mientras preparábamos la cena en la cocina, vi por la ventana cómo se
levantaba sobre los edificios cercanos una hermosa luna llena. Ya para entonces, mi marido se había encargado de hacerme notar que la luna no siempre sale de noche, a pesar de lo que dicen las canciones y los poemas de amor. Esto me decepcionó un poco, pero me tranquilizó saber que al menos la luna llena, esa sí, sólo sale de noche. Y esa noche ahí estaba, blanca, redonda y gigantesca levantándose sobre los tejados vecinos. Me dirigí con entusiasmo hacia la sala donde se encontraba mi esposo para invitarlo a compartir el bello espectáculo, pero de repente me asaltó una preocupación.

Decidí mejor ir primero a la recámara a buscar un libro de astronomía para averiguar qué tan lejos de nosotros está la luna. Después de encontrar el dato, un pequeño cálculo me permitió saber que a la luz le toma menos de dos segundos viajar de la luna a la Tierra, por lo que no habría ningún problema en afirmar lo hermosa que estaba la luna esa noche. Pero en el camino volví a detenerme. ¿Qué tal que por algún detalle técnico que yo desconocía resultaba que la luna que yo estaba viendo era en realidad la de antier? ¿O peor aún, la de pasado mañana? Decidí mejor no exponerme a saber y me regresé a la cocina a terminar mi tarea, decidida a evitar en el futuro cualquier mención a los cuerpos celestes. Pero una tarde, cuando regresábamos del super, la puesta del Sol desplegaba en el cielo unos colores impresionantes. Yo, romántica por naturaleza, olvidé mis precauciones y comenté:

- No hay nada más hermoso que ver al Sol bajar hacia el horizonte y perderse finalmente en él.

Mi esposo, tomándome de la mano, empezó a besarla mientras decía...

- Pero tú bien sabes, amorcito, que lo que realmente se mueve es la Tierra.

- ¡Claro que lo sé, mi cielo! —contesté inmediatamente—, lo sé desde que estaba en kinder. La Tierra gira sobre su eje completando una vuelta cada 24 horas y gira alrededor del Sol en un año — agregué, para mostrarle que no soy tan ignorante.

- Sí ya sé que lo sabes, todo el mundo lo sabe. Pero verás, ahora que lleguemos a casa, voy a hacerte vivir el movimiento de la Tierra.

- ¿Vivir el movimiento de la Tierra? ¿O qué no lo vive uno todos los días?

En cuanto guardamos nuestra compra me tomó de la mano y me llevó a un parque que está a dos cuadras de la casa. Para entonces ya había anochecido y las pocas tímidas estrellas que se atrevían a desafiar el smog capitalino (las más brillantes de las cuales ya me había enterado que son en realidad planetas) estaban brillando. Nuestro parque no tiene aún árboles altos por lo que semeja una gran plazuela que proporciona una fresca sensación de espacio abierto. Mi esposo me llevó hasta el centro y me dijo:

- Ahora párate aquí con las piernas abiertas y los pies muy firmemente apoyados en el piso; ve hacia arriba y piensa que esta Tierra, ésta, no la de los libros o la de la televisión, sino ésta que tiene bajo tus pies gira a gran velocidad sobre su eje y se desplaza vertiginosamente alrededor del Sol.

Una corriente eléctrica subió desde mis pies hasta mi estómago y luego se dirigió a mi cabeza. Por un instante perdí el equilibrio y una sensación de mareo me hizo aferrarme fuertemente al brazo de mi esposo.

- Está bien —le dije—, ya viví el movimiento de la Tierra, ahora vámonos a casa.

Él, muy satisfecho de su obra puso su brazo sobre mis hombros e inició el regreso a
casa mientras me comentaba:

- La gente acepta sin chistar las afirmaciones de la ciencia, sin percatarse en
realidad de lo que están diciendo.

Yo fingí también indignación por semejante actitud, aunque en mi interior no estaba en realidad muy contenta de haber ingresado a las minorías conscientes. Desde ese día, cualquier mención o imagen del planeta Tierra me produce mareos y desearía haber mejor nacido en aquellos buenos tiempos en que la Tierra era plana e inmóvil y a nadie le interesaba la física. Pero el problema siguió empeorando.

Un domingo en la mañana me salió con que yo era aristotélica.

- ¿Sabes, mi amor?, fue de veras un gran triunfo de Galileo el descubrir que
todas las cosas caen igual independientemente del peso.

Previendo una catástrofe, le dije que tenía que ir al baño y ya ahí, saqué mi bolsa de kleenex y mi llavero repleto de llaves para verificar en privado su afirmación. Hasta que un día le dije que si quería salvar nuestro matrimonio debería abstenerse
en el futuro de hacer cualquier mención sobre la física y, sobre todo, olvidar totalmente sus intenciones de educarme en tan absurda disciplina. Admito que soy una mujer de poco temple. Nunca he podido enfrentar con naturalidad las verdades de la vida. Decidí dejar mis estudios de biología porque me resultaba muy inquietante el proceso de evolución de la vida en nuestro planeta.

No puede uno menos que preocuparse al observar ese proceso que se inicia en el agua con organismos unicelulares y que tras la muerte de los dinosaurios da paso al desarrollo de los mamíferos de los cuales surgen los monos, después Julio César y finalmente los comunistas, que se encuentran en ahora proceso de extinción, y uno ya no sabe qué le espera para el siglo XXI. Casada con un físico, creí estar a salvo de estos problemas existenciales. Después de todo, ellos sólo se ocupan de la materia inerte y de las leyes que supuestamente han existido y existirán siempre. Nunca me imaginé que tratar de comprender su mundo resultara tan perturbador.

Afortunadamente, mi esposo aceptó de buena gana mi proposición y durante estas dos últimas semanas no volvió a tratar de iluminarme con su sabiduría. Pero ayer en la tarde, lo sorprendí leyendo algo sobre un cierto gato de Schrödinger. Me alegró descubrir su interés por otros temas y le pedí que me contara lo que decía el artículo. Él palideció y me dijo tartamudeando:

- Es algo sin importancia, ¡mejor nos vamos al cine!

Pero yo insistí, ¿qué problema podría haber con un gato?

- Se trata de física.

Pero eso, tratándose de un gato, no me preocupó, al contrario, despertó mi curiosidad y seguí insistiendo. Después de todo, nada que tuviera que ver con un gato podría ser aterrador. ¡Cuán equivocada estaba!

Cuando finalmente lo convencí de que me explicara que había con ese gato, mi marido empezó a decirme algo como:

- ... las cosas no son de ninguna manera a menos que las observemos. Cobran realidad sólo en el momento en que nosotros las vemos. Por ejemplo, no tiene ningún sentido decir si un gato encerrado en una caja está vivo o muerto; sólo estará vivo o muerto cuando podamos observarlo y constatar cómo es que está.

El horrible presentimiento de que se aproximaba una catástrofe me hizo enmudecer. Pero mi marido consideró mi silencio como muestra de interés y como una invitación para que continuara. Me explicó que:

- ... en realidad existe un número infinito de universos en los que se dan las distintas posibilidades. Nosotros vamos creando el nuestro de acuerdo con las observaciones que hacemos. Pero existen otros universos paralelos en los que las cosas simultáneamente se observaban de otro modo y conducían a futuros inciertos, o algo así.

Él continuó su explicación cada vez más entusiasmado, pero yo ya no oía nada. Sentía como si un capullo de aturdimiento me rodeara y me desconectara de la realidad me sentía como un gato atrapado en una caja que no sabe si está vivo o está muerto y en espera de que una observación lo decida. Entonces caí en la cuenta de que en realidad mi marido y todos los físicos están completamente locos.
Lancé un alarido para terminar con todo aquello y salí huyendo de nuestro departamento para refugiarme a casa de mis padres. Pero entonces recordé que soy huérfana desde los cuatro años y comprendí que yo también me estaba volviendo loca.

Por eso es que hoy mismo vine a verlo a usted, Señor Juez, antes de que sea demasiado tarde.

He decidido casarme mejor con Pepe, ¿sabe? Él juega en un equipo de fútbol americano y no piensa más que en hacer ejercicio y en comer. Debe de ser feliz pues, después de todo, éstas son las únicas actividades que pueden proporcionarnos, al mismo tiempo, una vida sana y una paz de espíritu.

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